Al terminar la contienda de 1936-39 retornaron a La Coronada la gran mayoría de los soldados del frente y los vecinos que habían huido el año anterior a La Mancha. A su regreso debían “entregarse” todos en la comandancia militar franquista, sita en la “Casa del Rincón” de la Plaza (ver foto). A los soldados del bando perdedor y a los huidos les esperaba allí una paliza inmisericorde, que podía repetirse en días sucesivos.
Uno de aquellos soldados fue Rafael López, cuyo padre, José López González “El Farruco”, había desempeñado en nuestro pueblo, con inteligencia y generosidad, diversos cargos políticos durante el periodo de control republicano de la guerra. Y fue éste quien ideó una argucia con la esperanza de librar al hijo de la correspondiente paliza: siguió los pasos del joven, pero un rato después que él y con un jergón de paja al hombro fingiendo ser para que durmiese. Lo que verdaderamente pretendía era personarse en el cuartel en los primeros minutos de la tortura, pues pensaba que su propia presencia podría servir de medida disuasoria. Pero en este caso no fue necesaria ninguna artimaña, porque lo acontecido fue diametralmente distinto a lo habitual, de manera que cuando José se acercaba a las puertas de la comandancia, el centinela, sorprendido al verle con aquella carga al hombro, inició un espontáneo diálogo:
-¿Qué traes ahí, “Farruco”?
-Nooo… Es un poco de paja pa que duerma el muchacho.
-No, no… Tu hijo se va contigo ahora, cuando termine de declarar.
Y así sucedió. El joven Rafael se libró del cruel maltrato, en atención, sin dudas, al proceder del padre durante los dos primeros años de guerra.
Son flecos de la intrahistoria local que conviene rescatar para la posteridad.